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Es necesaria la “sabiduría práctica”, es decir, saber interrelacionar los conocimientos y experiencias y traducirlos, convertirlos a realidades que funcionen, que produzcan determinados resultados, de acuerdo con los medios de que se dispone.

Otro ingrediente importante para desarrollar la capacidad emprendedora es la actitud frente al riesgo, entendido no como el comportamiento irresponsable del individuo frente a situaciones peligrosas –temeridad–, sino como la preocupación permanente por retar la estabilidad de lo rutinario, por encontrar alternativas distintas para hacer las cosas.

Parte de la capacidad emprendedora son la imaginación, el entusiasmo y la motivación, que van muy unidas al espíritu creativo, que constituye un buen acicate para emprender. Un ingrediente fundamental de la persona emprendedora es la capacidad de soñar con nuevos horizontes, el afán de lucha permanente por lograrlos, y la actitud positiva de pensar siempre que son posibles. Para darse cuenta de si uno realmente desea un futuro mejor, lo mejor que puede ocurrir es hacer que suceda.

La persona emprendedora tiene la capacidad para salirse del camino normal, para ver lo que otros no ven, para pensar y hacer lo que parece imposible porque para ella lo posible ya está hecho. De ver en cada cosa oportunidades para hacer lo que otros no hacen. El secreto del éxito por parte de quien emprende un proyecto, empresa u organización es estar permanentemente enamorado de ese proyecto, del propósito fundamental que lo anima y de las metas que quiere alcanzar. El origen de la palabra empresa está relacionado con el término antiguo “impresa”, que significa lema o divisa para distinguir una aventura caballeresca. Era el símbolo que los caballeros llevaban impreso en sus escudos o armaduras, que les recordaba a ellos y a los demás permanentemente el fin específico que se proponían.

En el español de hoy lo relacionamos más con el término emprender: la tarea de un grupo de personas con el propósito determinado de producir unos determinados beneficios. Lo cual supone siempre una labor ardua o difícil. Sin este espíritu emprendedor no surgen ni prosperan las organizaciones. Entre los beneficios que produce la empresa están, desde luego, los económicos, para sus socios o dueños, para sus aliados estratégicos o grupos de interés, entre ellos sus empleados. Pero son igualmente importantes los beneficios de orden personal, todo lo que tiene que ver con el desarrollo y perfeccionamiento humano de su gente.

También algo de lo que se habló ya, el capital intelectual: la experiencia y los conocimientos, el saber acumulado y práctico que hay en las personas (capital humano) y el que existe en la organización (capital estructural). Y finalmente, un beneficio que no puede faltar: la contribución de la empresa a la sociedad en la que está inmersa (responsabilidad social empresarial).

Se necesita en dosis grandes.

La educación es un ámbito muy adecuado para fomentar el espíritu emprendedor en las personas. No se trata solamente de educar para el trabajo, sino de fomentar actitudes y valores que abran los caminos de la creatividad personal y lleven a nuevas formas de comprometer el trabajo individual y colectivo. A la posibilidad de que quienes están estudiando vayan elaborando sus propios proyectos empresariales, sobre todo en la universidad, aunque eso no asegura que tengan espíritu emprendedor.

Las empresas, por su misma índole, se apoyan en el espíritu emprendedor o fracasan. No basta con contar con profesionales formados en la universidad o en las mismas empresas.

Necesitan gente con visión, con una mentalidad de desafío. Gente que esté renovando permanentemente sus conocimientos y confrontándolos con los diferentes frentes de la globalización.

Del “aprender a emprender” podemos destacar algunos aspectos:

El espíritu emprendedor es espíritu de liderazgo.

El imperativo es construir nuevos caminos rompiendo el equilibrio de lo establecido, buscar nuevas salidas.

“El espíritu de liderazgo comporta el ser creativo; para resolver problemas antiguos, para ver las cosas de otra manera, para plantearse problemas nuevos, para repensar la organización” (R. Navarro).

Hay que desencadenar lo espontáneo e informal en cada uno. Lo formal es actuar de acuerdo a como otros han actuado o a como se espera de acuerdo con las funciones asignadas.

Lo espontáneo es ir más allá de lo que le piden a uno, es proponerse alcanzar metas ambiciosas, es plantearse el ser más creativo, es no acostumbrarse a hacer las cosas siempre de la misma manera.

La gente robotizada no abre caminos ni resuelve dificultades para las que no está preparada. La gente curiosa, imaginativa, arriesgada, ama los retos y lo desconocido.

Las empresas necesitan una generación de profesionales con auténtico espíritu emprendedor, que sueñen con desafíos grandes en el campo empresarial y social, que en lugar de temer a las crisis y los problemas. Que piensen que es el momento preciso para despertar el potencial de liderazgo que llevan dentro, y que lo hagan realidad, conscientes de que siempre los mayores éxitos los cosechan quienes afrontan los mayores riesgos.

Aquí podemos decir que el espíritu emprendedor conecta de nuevo con el liderazgo, para no apocarse ante las crisis y los problemas que traen consigo la economía globalizada o los condicionamientos de los nuevos mercados.

Y sobre todo, para implementar tecnologías que les permitan mejorar la productividad y la competitividad, con base al desarrollo permanente de su capital humano, que es el que puede garantizar su sostenibilidad hacia el futuro y su flexibilidad y adaptabilidad a los cambios.

Fuente: http://www.degerencia.com/